domingo, 10 de septiembre de 2017

El sol de Melocotón

Cuento dedicado al gran amor de vida, que revoloteo en mis costillas.
Esta es la historia de un melocotón, que vivía en los campos de Chile y soñaba con tocar el sol.
Todas las mañana el pequeño melocotón le contaba a los otros frutos que muy pronto visitaría esa pelota redonda media dorada, pero su creador el árbol duraznero se enfadaba y le decía:
- No, no, no, eres un hermoso, rosado y apetecible bocado, así que te mezclarán con almíbar para que te saboree un niño glotón.
Pero el melocotón no se rendía, sabía que algún día, su destino cambiaría.
Ya era tiempo de cosecha y al melocotón le tocó partir en una caja directo a Hong Kong, en dónde en muestrario de supermercado se quedó.
- Ahora no sé dónde estoy, se lamentaba con desesperación, jamás volveré a ver a mi amigo el sol.
Un tomate muy sabio, que escuchaba al melocotón, le dijo:
- Tienes que ser positivo amigo, que uno nunca sabe lo que nos otorgará el destino.
Así pasaron tres días, hasta que un hombre puso en una bolsa al melocotón y lo pesó
- ¡Ay! qué será de mí, se lamentaba el dulce fruto, me comerán de postre hoy.
Lo que no sabía el melocotón es que quien lo había comprado era un astronauta que buscaba provisiones para su próximo viaje al sol.
Ya en el cohete y al mirar el espacio, este recién entendió, cumpliré mi sueño, pensó.

Al llegar al gran astro de alegría se inundo, tanto así, que no le importó convertirse en el primer huesillo en conocer el sol.
J.E. Manama

Santiago, el soñador.



Santiago era un pequeño ser, que habitaba en cuerpos celeste, esos que sin querer miramos por las noches, cuando la luz de la luna nos da algo de fortuna.

Santiago tenía alitas y un gran sueño, viajar a la tierra y dar un respiro, para saber lo que era estar vivo; Por eso, todas las noches sacaba a escondidas de su creador un telescopio con vista de ultra rayo láser y miraba a las madres que en sus vientres niños llevaban, imaginando como algún día podría estar en una barriga bailando mientras las estrellas alumbraban.
Una tarde el creador lo llamó y le dijo:
- Santiago pronto te pondrás mayor, necesitamos que las alas aprendas a usar, así que mañana saldrás por primera vez al universo explorar, pero recuerda que no podrás ir a otras galaxias, hasta que cumplas una edad apropiada y tu inducción este aprobada.
Santiago, se puso feliz, por fin su sueño podría cumplir.
- Practicaré mucho creador y prometo no acercarme al sol, solo tengo una pregunta, ¿tú crees que pueda ir a la tierra un par de meses? siempre he soñado con conocerla y esta seria mi chance para visitarla.
- Está bien pequeño, pero que no sea por mucho tiempo, lleva una mochila y procura no asustar, que ellos no saben lo cerca que podemos estar.
- No hay problema creador y así con solo un sueño partió, poder respirar y saber lo que siente que el oxígeno llegue al corazón y todo sea un solo ritmo en la constelación.
Al llegar a la tierra Santiago se debió camuflar y en el cuerpo de una madre tuvo que anidar. Desde su vientre conoció el mundo, probó la comida cuando en la guatita crecía, también conoció algo de la tristeza de su progenitora, pero más sintió sus risas y carcajadas, miles de mimos y el calor de la mano de su padre cada vez que en la barriga lo acariciaba.
Santiago tenía un propósito definido, él no quería ser niño, su madre al principio no podía entender y mucha sal de tristeza lo hacia beber, pero llegó el día en que ella comprendió y con alegría lo acogió, lo protegió, tanto que jamás se olvidarían aquellos dos.
Así pasaron nueve meses, los mejores que había tenido, siempre regalón y lleno de arrumacos...hasta que su madre decidió que debía nacer, que alegría más grande, pensó, por fin podré sentir el mundo en mi infinito ser…
Cuando Santiago salió de panza, solo pudo unos segundos sentir y respirar, que cosa más maravillosa, se dijo, esto es mejor que volar. Al mirar en el cuarto detuvo un instante el tiempo, observo lentamente a su madre, quien tenía una lágrima de emoción, que linda es, asintió, en la siguiente vida nos veremos por siempre amor.
Pasaron instantes y el tiempo tuvo que empezar a correr, rápido lo llevaron a otra habitación donde todos lo esperaban, sabían que su visita seria corta así que lo arrullaron y muchos besos en sus manitas le regalaron.
Santiago, cerro los ojos y nuevamente en ángel se convirtió, tengo que llegar rápido a mi hogar, recordó, o sino creerán que choque con un meteorito y me impedirán volar rapidito.
Al llegar a su mundo, el creador muy satisfecho lo esperaba, te estuve vigilando y volaste muy bien, te felicito pequeño, ahora otros mundos puedes conocer.
Santiago estaba feliz, esa tarde vio como sus padres fueron a despedirlo a una casa muy silenciosa, que lindos son, esbozo, menos mal que elegí a dos humanos hermosos como yo.
Desde ese día, Santiago tiene nuevos sueños que cumplir, pero cada momento es más feliz, porque sabe que alguien en la tierra lo quiere, así como el sol ama al mes de diciembre.

Fin
J.E. Manama

Mery

El despertador sonó a las 6:15 AM, apágate, exclamó con rabia Mery, mientras trataba de abrir los ojos.
De pronto, recordó que era víspera de noche buena y su ánimo se fue al suelo.
Voy a pasar otra Navidad sola, susurró.
Hace ya ocho meses había llegado a la capital desde frutillar, buscando nuevas oportunidades, con un título de contadora general y con exageradas expectativas acerca de la vida en Santiago, pero solo había encontrado un trabajo de administrativa en un estudio contable en Las Condes, que le servia para cubrir sus gastos y enviar algunos billetes a sus padres.
Casi por acto reflejo entró al baño y dio el agua en la ducha. Se bañó raudamente y tomó con prisa un café amargo, guardó su celular, cerró la pieza de la pensión en que vivía con llave y partió a esperar el microbus.
A las 6:50 AM llegó al paradero, que ya estaba atestado de gente.
Debo subir como sea a esa micro, pensó, casi como una guerrera de antaño, dispuesta a morir en la lucha sin tregua, un escolar legañoso que estaba adelante se apretujo lo suficiente para que ella pudiese entrar junto a una señora que iba a hacer el aseo a una casa del barrio alto.
Serían cerca de setenta minutos de apretujones, cantantes callejeros y remolones compañeros viaje, con tendencia a babear al dormirse en los asientos.
Al llegar a su destino, la sensación era la misma de todos los días, por qué las empresas están tan lejos de las casas de sus trabajadores, si todos vivimos en la zona poniente, se preguntaba.
Al llegar al trabajo, don Joel la saludo con amabilidad, era la única persona en la oficina que parecía que le tenia algo de afecto, ya que para todos sus demás compañeros, parecía no existir, la rechazaban de forma arbitraria. Mery era como un fantasma, que rondaba por los pasillos y llegaba a un pequeño cubículo del departamento de finanzas ubicado en el tercer piso, que siempre olía a humedad, sin importar si era invierno o verano. Alli pasaba sus horas, digitando planillas.
Su supervisora, la señora Garcia, una mujer despectiva, con aires de grandeza, que solía confundir su nombre con el de María, la llamó a su oficina a eso de las diez de la mañana y le informó que las instalaciones cerraban a las seis de la tarde en punto, ya que todos querían llegar pronto a sus celebraciones y el dueño de la empresa se iba a Viña con su mujer e hijos, por lo que debía tener todo el trabajo listo a esa hora, no quiero errores María, le recalcaba.
Mery, aún sabiendo que era imposible terminar todo el trabajo que le habían asignado, sin discutir respondió con un “Ok” temeroso y regresó a sus labores.
El tiempo para almorzar fue escaso y el día transcurrió en la rutina absoluta.
A eso de las seis Mery se apresto a tomar sus cosas y salir de su oficina.
Que mal, pensó, mi jefa se fue y ni siquiera se dio el tiempo de revisar las planillas que dejé terminadas.
Como no tenia mucho apuro por llegar a casa, ya que nadie la esperaba, prefirió bajar por escalas de emergencia para llegar al primer piso, cuando iba en el quinto escalón, de pronto, las luces del edificio se apagaron y solo quedaron activadas las de emergencia, sin entender bien que pasaba Mery aceleró el tranco, pero al llegar al primer piso y ver todo vacio se dio cuenta de que la peor pesadilla de cualquier trabajador se había hecho realidad; y es que por el descuido del portero (a única persona que la trataba con cordialidad), había quedado encerrada en el edificio, posiblemente, hasta el día jueves.
Hola, si hay alguien afuera que abra la puerta, gritó con cierto descontrol, pero nadie respondió...debo llamar a mi jefa, pensó, pero luego reflexiono, si la llamo, ella tendrá que avisar al dueño para que vengan a sacarme y el veterano se va a la playa con la familia, seguro me dará el sobre azul el jueves, por idiota.
Bueno,¿ qué voy a hacer?, hablaba consigo misma.
Obligadamente me deberé quedar aquí hasta el jueves y ni siquiera traje el cargador de mi celular, refunfuño.
Debo ver si hay comida en la cocina.
Por suerte, dos de sus compañeros no habían almorzado ese día y habían olvidado sus comidas en el refrigerador de la empresa. Al menos no moriré de hambre, pensó.
Que puedo hacer ahora, dijo en voz alta.
Debería recorrer todas las oficinas de la empresa y así conocer el lugar donde trabajo, ya que nadie me hizo un tour por acá cuando llegué, se dijo con con convicción.
Empezare por la oficina de recursos humanos.
Al entrar al área le llamo la atención que el lugar era mucho más grande que el departamento de finanzas, tenia un LCD, sus sillas eran realmente confortables a primera vista y desde ahí se podía ver la cordillera,
Pareciera que el recurso humano se valorá solo en esta oficina, mencionó sarcástica.
Estuvo por cerca de tres horas recorriendo todos los recovecos del edificio, hasta que llegó a la oficina del dueño del estudio contable.
Le impresiono lo pequeña que era la oficina al entrar, lo primero que vio fue una foto enorme, enmarcada, en donde aparecían dos de los hijos del jefe y su mujer, quien se veía bastante más joven que él.
Casi como en un juego de niñas se sentó en el escritorio y miro el calendario de una empresa de muebles. Pensar que es navidad y estoy en la silla de un millonario, comento.¿Habrá la posibilidad de que algún día este lugar sea mio? Se preguntó con sonrisa maqueavelica, pero a los segundos volvió a su estado y natural y dijo: jamás.
¿Y si le doy una mirada a sus cajones? No, las cámaras podrían grabar.
Que más da, es navidad, estoy sola y aburrida, además el portero no tendrá tiempo para revisar las grabaciones.
¿Qué podría tener tan importante en su cajón? ¿quizás tiene anotadas las claves del banco? Sería maravilloso, pensó.
Abrió rápidamente, pero solo habia un montón de papeles.
Que fome, menciono, mejor lo cierro.
No fue muy prolija al cerrar este, tanto así, que una de las hojas cayo al suelo.
Al recogerla se dio cuenta que estaba firmada por la supervisora del área de finanzas, aquella que jamás recordaba su nombre y la trataba de forma despectiva.
El papel decía:
Juan este hijo que viene al mundo será el mayor regalo que te puedo dar, tengo claro que las nuestra relación siempre será secreta por el bien de nuestras familias, pero quiero que tengas claro que te amo y te amare siempre.
No podía ser, el dueño de la empresa tenia una relación oculta con la jefa que tan mal la trataba.
Esto pasa hasta en las mejores mejores familias, ni se imaginaran que yo se su gran secreto.
En eso, sintió un ruido apabullante, ya era imposible devolver la carta al cajón, por lo que rápidamente la metió en su bolsillo.
Desde fuera de la oficina, alguien gritó: Salga con las manos en alto, somos carabinero, esta rodeada.
Mery, un poco paralizada por el miedo e incapaz de decir algo, alzó las manos, se levantó de la silla y camino hacia la puerta,
El miedo era natural, la apuntaban con un arma.
Luego de unos segundos, atino a decir con voz quebrada: Soy Mery Saldaña, trabajo acá hace unos meses, me quede encerrada.
El oficial que la apuntaba la miro un tanto desconcertado , pero reaccionó inmediatamente y le dijo al hombre que se encontraba a su lado: Cabo Pérez, vaya a buscar al dueño de la empresa para que nos diga si esta señorita trabaja aquí o no.
Pasaron unos minutos y Mery puedo ver como su jefe se acercaba a ella con cara de indignación.
¿Te das cuenta que me tuve que devolver de la playa por tu culpa? Deje a mi familia sola en la noche de navidad por tu estupidez. Fueron sus primeras palabras.
Mery asintió y agacho la cabeza.
Los carabineros prefirieron hacerse a un lado, casi presumiendo que se venia lo peor para la chica.
Esto no se va a quedar así, el jueves vienes a buscar tu finiquito, no puedo tener a funcionarios tarados en mi empresa, continuo gritando el hombre.
Mery pensó, es momento de decirle unas cuantas verdades a este sinvergüenza, pero se contuvo.
Asi que, mejor aún, esbozó una leve sonrisa y dijo: Don Pablo, agradecería que reconsiderara su decisión, le devuelvo este documento que estaba encima de su escritorio, le recomiendo que sea más cuidadoso, nos vemos el jueves, feliz navidad.
Al ver la hoja la cara del hombre se desencajo, su mirada ya no era de odiosidad, sino que de pavor, mientras que Mery caminaba triunfante hacia la puerta de salida.
El día jueves post navidad, Mery se levanto con la misma holgazanería de siempre, tomo el mismo café y se subió al mismo recorrido de micro.
Al entrar a la empresa vio a un portero nuevo en la entrada, era evidente que alguien debía pagar el error de su encierro.
Caminó hacia al ascensor, todos los que estaban ahí la miraban de forma despectiva y burlesca, pero no se atrevían a reír, da lo mismo pensó, al menos ahora me conocen.
Al llegar a su piso y entrar al departamento de finanzas vio a su supervisora y a don Pablo hablando nerviosamente, quiso pasar desapercibida, pero el encuentro era evidente, había nada que hacer. De pronto su supervisora la miro y con tono amable le dijo: Buenos días Mery.

Fin.
J. E. Manama

Un tren, mi destino


Como todos los jueves, tomé mi maletín marrón oscuro y salí corriendo del trabajo para llegar a tiempo a tomar el último tren de la noche. Era costumbre quedarme redactando informes para las reuniones de los días viernes y ya me había adaptado a viajar todos los días cerca de dos horas desde mi ciudad natal a la capital.
Cerca de las 22.00 p.m., entré en la estación, rogando que quedaran boletos para el último tren de la noche.
Afortunadamente, el tren aun no partía y la boletería se encontraba casi vacía.
Que mejor- pensé - podré dormir todo el camino de regreso a casa.
Mientras esperaba que el acomodador nos hiciera subir al vagón, comencé a mirar con detención el diario en un pequeño kiosco que se encontraba en la orilla del andén.
Me encontraba sumamente concentrado, hasta que una voz a mi lado pidió unas pastillas de menta al vendedor.
Era la dulce armonía de una mujer.
De reojo lancé una mirada.
Su silueta era perfecta, no me atreví a observarla completamente, me daba un poco de bochorno que ella se diera cuenta de mi intempestivo interés.
Cuando se alejó, la pude ver con mayor claridad, no tenía más de 25 años, lucía unos zapatos de color azul, un jeans negro y una chaqueta verde, además llevaba una pequeña mochila blanca. De contextura delgada y tez blanca, su cabello negro llegaba un poco más arriba de su cintura,
Es un ángel - me dije con cierto dejo de admiración.
Percibí que estaba sola, ya que tenía sus audífonos puestos y miraba al suelo.
Debía ser por las escasas relaciones que había mantenido en los últimos meses- ya que el trabajo consumía gran parte de mi vida- que sólo atiné a mirarla con cara de estúpido por unos segundos.
Cuando abrieron las puertas de los vagones y el acomodador nos permitió entrar, traté de subir rápido para tener alguna opción de sentarme cerca de ella y seguir observándola.
Luego de esquivar un par de bolsos y a una anciana que se venía en picada contra brazo, alcancé a verla nuevamente, dejando su pequeña mochila, en un rincón del pasillo, al lado de su asiento.
Me senté raudamente en el último puesto que había disponible y deje el maletín bajo mi butaca, para no molestar a alguien.
Si bien, no estaba su lado, desde mi lugar (un asiento más atrás) alcanzaba a ver perfectamente cada detalle de su perfil.
A mi lado viajaba un rechonchito, que tenía aspecto de ser bueno para los ronquidos, es el precio -pensé - puedo soportar esto un rato.
Iba a ser una hora y cuarenta emocionante, doce estaciones llenas de posibilidades para conquistarla.
Tener a una mujer tan hermosa, tan cerca y tener la posibilidad de observarla en secreto será lo mejor- me dije.
Que cursi- pensé luego.
Cuando llevábamos como diez minutos de viaje su teléfono sonó.
¿Quién es? Contestó ella.
La expresión de su cara cambio estrepitosamente- ya no lucía angelical- su ceño se frunció y apretó los dientes.
Traté de acercarme un poco más, con la excusa de sacar una almohadilla que se encontraba a los pies de mi asiento y así poder escuchar un poco mejor su conversación.
Ya tengo lo que me pediste, ahora déjame en paz, dijo fuerte y con tono molesto.
Al parecer, se percató que iba con más gente alrededor, porque automáticamente bajó el volumen de su voz y susurró, algo parecido a “no me llames más” o “no llamaré más”.
Luego cortó el teléfono y volvió a conectar sus audífonos.
Su cara cambio luego de esa llamada, se veía un poco intranquila, como desencajada.
Mi mente rápidamente empezó a funcionar: ¿quién la habrá llamado? debe ser alguien importante en su vida, por eso reaccionó así.
Seguro era su ex novio, que la sigue molestando, me dije.
Estuve alrededor de treinta minutos pensando en quién habría llamado a esa desconocida joven, hasta que mi vecino de asiento, pidió que me moviera ya que debía pasar.
Él bajaba en esa estación y muy al contrario de lo que pensaba, no emitió ruidos extraños en todo su recorrido.
Me levanté para dejarlo salir.
Al moverme hacia adelante, sin querer pasé a llevar la mochila de la muchacha, quien me miro inmediatamente.
Sólo atiné a sonreír nerviosamente y decir disculpe con una timidez casi infantil.
Ella también esbozo una sonrisa.
Respondió- no te preocupes, yo no debería haber dejado la mochila en medio del pasillo. Luego de esa fugaz conversación, ella sostuvo la mochila en su regazo y volvió a ponerse los audífonos.
Me quedé unos segundos sintiendo que el corazón se me escaparía.
Una señora que venía avanzando por el pasillo, me avisó que estaba obstruyendo el paso, por lo que me senté.
La suerte juega mi favor- pensé - si bien, no había armado estrategia alguna para dialogar, una simple mochila se transformó en el nexo con esa hermosa desconocida.
Debo hablarle -pensé- podría pedir su teléfono o preguntarle si viaja siempre en este horario.
Los siguientes cincuenta minutos los ocupé sólo para hilar frases que podrían ser lo suficientemente atractivas para seducir a una mujer.
Cada vez que llegábamos a una estación, me ponía más nervioso y es que no podía correr el riesgo de que se bajara y no volver a verla otra vez, debía arriesgarme.
Debía actuar pronto, ya casi no quedaba gente en el tren (nunca fui un gran hablador, siempre eran las mujeres quienes se acercaban a mí, por lo que se me hacía extremadamente difícil armar una frase sólida para conquistar).
Cuando faltaban diecisiete minutos para llegar a la estación final, me levanté, sacando fuerzas de flaqueza.
Me acerque lentamente a ella, ya no quedaba gente ni a su lado, ni al mío.
Le dije: disculpa, yo fui quien golpeo por accidente tu mochila, quería pedirte nuevamente disculpas y saber si me puedo sentar un segundo a tu lado, te vengo observando hace un rato y eres muy linda.
Que mierda- pensé- deje todas mis cartas en la mesa, me puse en evidencia.
Ella me miró un poco asombrada y respondió: No gracias, no estoy buscando amigos en un tren.
Mi cara se desencajó a tal punto que cuando me mire en sus pupilas no me reconocí.
Okey, le dije, preferí arriesgarme.
Ella casi impávida me dijo: está bien y miró hacia la ventana.
En exactamente un minuto, había destrozado cualquier opción de conquistar a esa mujer.
Retorné a mi asiento derrotado, no sin antes corroborar si había testigos alrededor. Menos mal, que solo éramos los dos en ese vagón.
La batalla había sido perdida, sin ni siquiera pelear.
Jamás volveré a hacerme el galán, pensé.
El resto de lo que quedaba de viaje cerré mis ojos para evitar tener cualquier tipo de vergonzoso contacto visual con la chica, me dije, sólo cuando pare este tren volveré a abrirlos, sin darme cuenta dormite un par de segundos.
Al llegar a la estación, esperé un minuto con los ojos cerrados, no quería volver a encontrármela y pasar otra vez la vergüenza de confrontarla.
Pronto me bajé y le dije a Camilo (el acomodador) nos vemos mañana.
Caminé despacio hacia mi casa, no había mucha gente en las calles, aún me sentía un poco avergonzado, pero qué diablos, si tenía suerte, no la vería más.
Al llegar a casa, mi madre, que aún me esperaba despierta me sirvió la comida.
Conversamos un rato acerca de su día y vimos un poco de las noticias centrales.
Luego de dormitar un rato en el sillón, me levanté y le di un beso en la frente de buenas, subí las escaleras y me fui a dormir.
A eso de las 4 A.M. un ruido estruendoso me despertó.
Las sirenas de la policía y bomberos comenzaron a sonar fuertemente.
Me levante a mirar por la ventana, sólo se veía algo de fuego a unas cuantas cuadras.
Le grité a mi madre- que ya estaba en abriendo la puerta de mi habitación- tranquila, al parecer se está incendiando uno de los galpones de la estación.
Los drogadictos que van a hacer sus locuras allá, mencionó ella.
Seguro, mejor duerme – le contesté.
De forma casi automática me reintegré a la cama y caí en un sueño profundo.
El despertador sonó a las 7 A.M. me levanté como pude y recordé a la chica de la noche anterior, era muy linda, pero no era para mí, me dije más tranquilo.
Partí a darme un baño.
Cuando bajé, mi madre ya había preparado el desayuno.
Tome un café negro, mientras la tv local pasaba un extra.
Que terrible esto del terrorismo, me dijo mi madre.
¿Qué pasó? Le pregunté.
Ella hizo una pausa, como para darle un poco de suspenso a la situación y respondió:
Ayer pusieron una bomba en la estación de trenes, dos guardias murieron.
Que horrible, le dije.
Además, me interrumpió, encontraron a una joven muerta, alguien la asesinó en las vías tren.
Quedé petrificado.
¿Habrá sido la chica que vi en el tren? ¿Será ella? Me pregunté.
Sentí como la angustia se apoderaba de mí, mis manos comenzaron a temblar.
Me acerque rápidamente a la televisión, para ver si había alguna noticia.
En ese momento, el camarógrafo enfocó a distancia el cuerpo de la chica que había sido asesinada, esta yacía a las orillas de la línea del tren y a lo lejos se podía claramente distinguir los jeans negros y la chaqueta verde.
Es ella, pensé.
¿Qué mierda paso? Grité.
Mi madre asustada me preguntó ¿la conoces?
Si la vi ayer en el tren, le respondí.
Debo ir a la estación.
No hijo- es mejor que te quedes acá por ahora, no quiero que salgas así.
No, no, debo ir.
Tome mi maletín y salí corriendo.
Mientras corría, pensaba, no es posible, si no había nadie más en el vagón, no había nadie más.
Al llegar a la estación, todo estaba cercado por la policía, no podría pasar aunque quisiera.
A mi lado mirando, se encontraba el chico de la boletería.
¿Sabes algo? Le pregunté.
No nada nuevo, solo lo que han pasado en la tv...ah y Camilo me comentó que bomberos encontró una mochila blanca que tenía material explosivo, parece que en eso armaron la bomba.
¿Una mochila blanca? Debe ser la paranoia, no puede ser la misma mochila, no puede ser que esa chica llevará materiales para una bomba. ¿Me estoy volviendo loco acaso? Mi cabeza no daba más de ideas.
¿Qué había pasado en ese viaje? ¿Por qué había cerrado mis ojos?
Sentía que iba a desmayar, así que me alejé y senté en acera un rato.
Cuando dejé mi maletín a mi lado, lo miré y me di cuenta que tenía una mancha de sangre en una esquina.
No puede ser, maté a la chica y no lo recuerdo ¿qué hice? La desesperación se apoderó de mi, mis ojos se llenaron de lágrimas y las nauseas me obligaron a vomitar.
Mientras la desesperación se hacía presa de mi trataba de reconstruir mi viaje, pero recordaba nada nuevo.
De pronto, comenzó a sonar un teléfono, al mirar, me di cuenta que algo vibraba en mi maletín, lo abrí y busqué dentro de él.
Encontré un celular pequeño.
Al ver el visor, en el número se marcaba desconocido.
Esto no es mío.
Mi cabeza daba vueltas, lograba procesar nada.
En un arranque de valentía me dije, debo contestar, más perdido no puedo estar.
Active el auricular y dije: ¿quién es?
Al otro lado, alguien respondió: tenemos que hablar, es urgente.
De pronto, todo se volvió más extraño, más bizarro y es que la voz que estaba al otro lado era la de la chica del tren.
Fin

J. E. Manama