domingo, 10 de septiembre de 2017

Un tren, mi destino


Como todos los jueves, tomé mi maletín marrón oscuro y salí corriendo del trabajo para llegar a tiempo a tomar el último tren de la noche. Era costumbre quedarme redactando informes para las reuniones de los días viernes y ya me había adaptado a viajar todos los días cerca de dos horas desde mi ciudad natal a la capital.
Cerca de las 22.00 p.m., entré en la estación, rogando que quedaran boletos para el último tren de la noche.
Afortunadamente, el tren aun no partía y la boletería se encontraba casi vacía.
Que mejor- pensé - podré dormir todo el camino de regreso a casa.
Mientras esperaba que el acomodador nos hiciera subir al vagón, comencé a mirar con detención el diario en un pequeño kiosco que se encontraba en la orilla del andén.
Me encontraba sumamente concentrado, hasta que una voz a mi lado pidió unas pastillas de menta al vendedor.
Era la dulce armonía de una mujer.
De reojo lancé una mirada.
Su silueta era perfecta, no me atreví a observarla completamente, me daba un poco de bochorno que ella se diera cuenta de mi intempestivo interés.
Cuando se alejó, la pude ver con mayor claridad, no tenía más de 25 años, lucía unos zapatos de color azul, un jeans negro y una chaqueta verde, además llevaba una pequeña mochila blanca. De contextura delgada y tez blanca, su cabello negro llegaba un poco más arriba de su cintura,
Es un ángel - me dije con cierto dejo de admiración.
Percibí que estaba sola, ya que tenía sus audífonos puestos y miraba al suelo.
Debía ser por las escasas relaciones que había mantenido en los últimos meses- ya que el trabajo consumía gran parte de mi vida- que sólo atiné a mirarla con cara de estúpido por unos segundos.
Cuando abrieron las puertas de los vagones y el acomodador nos permitió entrar, traté de subir rápido para tener alguna opción de sentarme cerca de ella y seguir observándola.
Luego de esquivar un par de bolsos y a una anciana que se venía en picada contra brazo, alcancé a verla nuevamente, dejando su pequeña mochila, en un rincón del pasillo, al lado de su asiento.
Me senté raudamente en el último puesto que había disponible y deje el maletín bajo mi butaca, para no molestar a alguien.
Si bien, no estaba su lado, desde mi lugar (un asiento más atrás) alcanzaba a ver perfectamente cada detalle de su perfil.
A mi lado viajaba un rechonchito, que tenía aspecto de ser bueno para los ronquidos, es el precio -pensé - puedo soportar esto un rato.
Iba a ser una hora y cuarenta emocionante, doce estaciones llenas de posibilidades para conquistarla.
Tener a una mujer tan hermosa, tan cerca y tener la posibilidad de observarla en secreto será lo mejor- me dije.
Que cursi- pensé luego.
Cuando llevábamos como diez minutos de viaje su teléfono sonó.
¿Quién es? Contestó ella.
La expresión de su cara cambio estrepitosamente- ya no lucía angelical- su ceño se frunció y apretó los dientes.
Traté de acercarme un poco más, con la excusa de sacar una almohadilla que se encontraba a los pies de mi asiento y así poder escuchar un poco mejor su conversación.
Ya tengo lo que me pediste, ahora déjame en paz, dijo fuerte y con tono molesto.
Al parecer, se percató que iba con más gente alrededor, porque automáticamente bajó el volumen de su voz y susurró, algo parecido a “no me llames más” o “no llamaré más”.
Luego cortó el teléfono y volvió a conectar sus audífonos.
Su cara cambio luego de esa llamada, se veía un poco intranquila, como desencajada.
Mi mente rápidamente empezó a funcionar: ¿quién la habrá llamado? debe ser alguien importante en su vida, por eso reaccionó así.
Seguro era su ex novio, que la sigue molestando, me dije.
Estuve alrededor de treinta minutos pensando en quién habría llamado a esa desconocida joven, hasta que mi vecino de asiento, pidió que me moviera ya que debía pasar.
Él bajaba en esa estación y muy al contrario de lo que pensaba, no emitió ruidos extraños en todo su recorrido.
Me levanté para dejarlo salir.
Al moverme hacia adelante, sin querer pasé a llevar la mochila de la muchacha, quien me miro inmediatamente.
Sólo atiné a sonreír nerviosamente y decir disculpe con una timidez casi infantil.
Ella también esbozo una sonrisa.
Respondió- no te preocupes, yo no debería haber dejado la mochila en medio del pasillo. Luego de esa fugaz conversación, ella sostuvo la mochila en su regazo y volvió a ponerse los audífonos.
Me quedé unos segundos sintiendo que el corazón se me escaparía.
Una señora que venía avanzando por el pasillo, me avisó que estaba obstruyendo el paso, por lo que me senté.
La suerte juega mi favor- pensé - si bien, no había armado estrategia alguna para dialogar, una simple mochila se transformó en el nexo con esa hermosa desconocida.
Debo hablarle -pensé- podría pedir su teléfono o preguntarle si viaja siempre en este horario.
Los siguientes cincuenta minutos los ocupé sólo para hilar frases que podrían ser lo suficientemente atractivas para seducir a una mujer.
Cada vez que llegábamos a una estación, me ponía más nervioso y es que no podía correr el riesgo de que se bajara y no volver a verla otra vez, debía arriesgarme.
Debía actuar pronto, ya casi no quedaba gente en el tren (nunca fui un gran hablador, siempre eran las mujeres quienes se acercaban a mí, por lo que se me hacía extremadamente difícil armar una frase sólida para conquistar).
Cuando faltaban diecisiete minutos para llegar a la estación final, me levanté, sacando fuerzas de flaqueza.
Me acerque lentamente a ella, ya no quedaba gente ni a su lado, ni al mío.
Le dije: disculpa, yo fui quien golpeo por accidente tu mochila, quería pedirte nuevamente disculpas y saber si me puedo sentar un segundo a tu lado, te vengo observando hace un rato y eres muy linda.
Que mierda- pensé- deje todas mis cartas en la mesa, me puse en evidencia.
Ella me miró un poco asombrada y respondió: No gracias, no estoy buscando amigos en un tren.
Mi cara se desencajó a tal punto que cuando me mire en sus pupilas no me reconocí.
Okey, le dije, preferí arriesgarme.
Ella casi impávida me dijo: está bien y miró hacia la ventana.
En exactamente un minuto, había destrozado cualquier opción de conquistar a esa mujer.
Retorné a mi asiento derrotado, no sin antes corroborar si había testigos alrededor. Menos mal, que solo éramos los dos en ese vagón.
La batalla había sido perdida, sin ni siquiera pelear.
Jamás volveré a hacerme el galán, pensé.
El resto de lo que quedaba de viaje cerré mis ojos para evitar tener cualquier tipo de vergonzoso contacto visual con la chica, me dije, sólo cuando pare este tren volveré a abrirlos, sin darme cuenta dormite un par de segundos.
Al llegar a la estación, esperé un minuto con los ojos cerrados, no quería volver a encontrármela y pasar otra vez la vergüenza de confrontarla.
Pronto me bajé y le dije a Camilo (el acomodador) nos vemos mañana.
Caminé despacio hacia mi casa, no había mucha gente en las calles, aún me sentía un poco avergonzado, pero qué diablos, si tenía suerte, no la vería más.
Al llegar a casa, mi madre, que aún me esperaba despierta me sirvió la comida.
Conversamos un rato acerca de su día y vimos un poco de las noticias centrales.
Luego de dormitar un rato en el sillón, me levanté y le di un beso en la frente de buenas, subí las escaleras y me fui a dormir.
A eso de las 4 A.M. un ruido estruendoso me despertó.
Las sirenas de la policía y bomberos comenzaron a sonar fuertemente.
Me levante a mirar por la ventana, sólo se veía algo de fuego a unas cuantas cuadras.
Le grité a mi madre- que ya estaba en abriendo la puerta de mi habitación- tranquila, al parecer se está incendiando uno de los galpones de la estación.
Los drogadictos que van a hacer sus locuras allá, mencionó ella.
Seguro, mejor duerme – le contesté.
De forma casi automática me reintegré a la cama y caí en un sueño profundo.
El despertador sonó a las 7 A.M. me levanté como pude y recordé a la chica de la noche anterior, era muy linda, pero no era para mí, me dije más tranquilo.
Partí a darme un baño.
Cuando bajé, mi madre ya había preparado el desayuno.
Tome un café negro, mientras la tv local pasaba un extra.
Que terrible esto del terrorismo, me dijo mi madre.
¿Qué pasó? Le pregunté.
Ella hizo una pausa, como para darle un poco de suspenso a la situación y respondió:
Ayer pusieron una bomba en la estación de trenes, dos guardias murieron.
Que horrible, le dije.
Además, me interrumpió, encontraron a una joven muerta, alguien la asesinó en las vías tren.
Quedé petrificado.
¿Habrá sido la chica que vi en el tren? ¿Será ella? Me pregunté.
Sentí como la angustia se apoderaba de mí, mis manos comenzaron a temblar.
Me acerque rápidamente a la televisión, para ver si había alguna noticia.
En ese momento, el camarógrafo enfocó a distancia el cuerpo de la chica que había sido asesinada, esta yacía a las orillas de la línea del tren y a lo lejos se podía claramente distinguir los jeans negros y la chaqueta verde.
Es ella, pensé.
¿Qué mierda paso? Grité.
Mi madre asustada me preguntó ¿la conoces?
Si la vi ayer en el tren, le respondí.
Debo ir a la estación.
No hijo- es mejor que te quedes acá por ahora, no quiero que salgas así.
No, no, debo ir.
Tome mi maletín y salí corriendo.
Mientras corría, pensaba, no es posible, si no había nadie más en el vagón, no había nadie más.
Al llegar a la estación, todo estaba cercado por la policía, no podría pasar aunque quisiera.
A mi lado mirando, se encontraba el chico de la boletería.
¿Sabes algo? Le pregunté.
No nada nuevo, solo lo que han pasado en la tv...ah y Camilo me comentó que bomberos encontró una mochila blanca que tenía material explosivo, parece que en eso armaron la bomba.
¿Una mochila blanca? Debe ser la paranoia, no puede ser la misma mochila, no puede ser que esa chica llevará materiales para una bomba. ¿Me estoy volviendo loco acaso? Mi cabeza no daba más de ideas.
¿Qué había pasado en ese viaje? ¿Por qué había cerrado mis ojos?
Sentía que iba a desmayar, así que me alejé y senté en acera un rato.
Cuando dejé mi maletín a mi lado, lo miré y me di cuenta que tenía una mancha de sangre en una esquina.
No puede ser, maté a la chica y no lo recuerdo ¿qué hice? La desesperación se apoderó de mi, mis ojos se llenaron de lágrimas y las nauseas me obligaron a vomitar.
Mientras la desesperación se hacía presa de mi trataba de reconstruir mi viaje, pero recordaba nada nuevo.
De pronto, comenzó a sonar un teléfono, al mirar, me di cuenta que algo vibraba en mi maletín, lo abrí y busqué dentro de él.
Encontré un celular pequeño.
Al ver el visor, en el número se marcaba desconocido.
Esto no es mío.
Mi cabeza daba vueltas, lograba procesar nada.
En un arranque de valentía me dije, debo contestar, más perdido no puedo estar.
Active el auricular y dije: ¿quién es?
Al otro lado, alguien respondió: tenemos que hablar, es urgente.
De pronto, todo se volvió más extraño, más bizarro y es que la voz que estaba al otro lado era la de la chica del tren.
Fin

J. E. Manama 

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