El
despertador sonó a las 6:15 AM, apágate, exclamó con rabia Mery,
mientras trataba de abrir los ojos.
De
pronto, recordó que era víspera de noche buena y su ánimo se fue
al suelo.
Voy
a pasar otra Navidad sola, susurró.
Hace
ya ocho meses había llegado a la capital desde frutillar, buscando
nuevas oportunidades, con un título de contadora general y con
exageradas expectativas acerca de la vida en Santiago, pero solo
había encontrado un trabajo de administrativa en un estudio contable
en Las Condes, que le servia para cubrir sus gastos y enviar algunos
billetes a sus padres.
Casi
por acto reflejo entró al baño y dio el agua en la ducha. Se bañó
raudamente y tomó con prisa un café amargo, guardó su celular,
cerró la pieza de la pensión en que vivía con llave y partió a
esperar el microbus.
A
las 6:50 AM llegó al paradero, que ya estaba atestado de gente.
Debo
subir como sea a esa micro, pensó, casi como una guerrera de antaño,
dispuesta a morir en la lucha sin tregua, un escolar legañoso que
estaba adelante se apretujo lo suficiente para que ella pudiese
entrar junto a una señora que iba a hacer el aseo a una casa del
barrio alto.
Serían
cerca de setenta minutos de apretujones, cantantes callejeros y
remolones compañeros viaje, con tendencia a babear al dormirse en
los asientos.
Al
llegar a su destino, la sensación era la misma de todos los días,
por qué las empresas están tan lejos de las casas de sus
trabajadores, si todos vivimos en la zona poniente, se preguntaba.
Al
llegar al trabajo, don Joel la saludo con amabilidad, era la única
persona en la oficina que parecía que le tenia algo de afecto, ya
que para todos sus demás compañeros, parecía no existir, la
rechazaban de forma arbitraria. Mery era como un fantasma, que
rondaba por los pasillos y llegaba a un pequeño cubículo del
departamento de finanzas ubicado en el tercer piso, que siempre olía
a humedad, sin importar si era invierno o verano. Alli pasaba sus
horas, digitando planillas.
Su
supervisora, la señora Garcia, una mujer despectiva, con aires de
grandeza, que solía confundir su nombre con el de María, la llamó
a su oficina a eso de las diez de la mañana y le informó que las
instalaciones cerraban a las seis de la tarde en punto, ya que todos
querían llegar pronto a sus celebraciones y el dueño de la empresa
se iba a Viña con su mujer e hijos, por lo que debía tener todo el
trabajo listo a esa hora, no quiero errores María, le recalcaba.
Mery,
aún sabiendo que era imposible terminar todo el trabajo que le
habían asignado, sin discutir respondió con un “Ok” temeroso y
regresó a sus labores.
El
tiempo para almorzar fue escaso y el día transcurrió en la rutina
absoluta.
A
eso de las seis Mery se apresto a tomar sus cosas y salir de su
oficina.
Que
mal, pensó, mi jefa se fue y ni siquiera se dio el tiempo de revisar
las planillas que dejé terminadas.
Como
no tenia mucho apuro por llegar a casa, ya que nadie la esperaba,
prefirió bajar por escalas de emergencia para llegar al primer piso,
cuando iba en el quinto escalón, de pronto, las luces del edificio
se apagaron y solo quedaron activadas las de emergencia, sin entender
bien que pasaba Mery aceleró el tranco, pero al llegar al primer
piso y ver todo vacio se dio cuenta de que la peor pesadilla de
cualquier trabajador se había hecho realidad; y es que por el
descuido del portero (a única persona que la trataba con
cordialidad), había quedado encerrada en el edificio, posiblemente,
hasta el día jueves.
Hola,
si hay alguien afuera que abra la puerta, gritó con cierto
descontrol, pero nadie respondió...debo llamar a mi jefa, pensó,
pero luego reflexiono, si la llamo, ella tendrá que avisar al dueño
para que vengan a sacarme y el veterano se va a la playa con la
familia, seguro me dará el sobre azul el jueves, por idiota.
Bueno,¿
qué voy a hacer?, hablaba consigo misma.
Obligadamente
me deberé quedar aquí hasta el jueves y ni siquiera traje el
cargador de mi celular, refunfuño.
Debo
ver si hay comida en la cocina.
Por
suerte, dos de sus compañeros no habían almorzado ese día y habían
olvidado sus comidas en el refrigerador de la empresa. Al menos no
moriré de hambre, pensó.
Que
puedo hacer ahora, dijo en voz alta.
Debería
recorrer todas las oficinas de la empresa y así conocer el lugar
donde trabajo, ya que nadie me hizo un tour por acá cuando llegué,
se dijo con con convicción.
Empezare
por la oficina de recursos humanos.
Al
entrar al área le llamo la atención que el lugar era mucho más
grande que el departamento de finanzas, tenia un LCD, sus sillas
eran realmente confortables a primera vista y desde ahí se podía
ver la cordillera,
Pareciera
que el recurso humano se valorá solo en esta oficina, mencionó
sarcástica.
Estuvo
por cerca de tres horas recorriendo todos los recovecos del edificio,
hasta que llegó a la oficina del dueño del estudio contable.
Le
impresiono lo pequeña que era la oficina al entrar, lo primero que
vio fue una foto enorme, enmarcada, en donde aparecían dos de los
hijos del jefe y su mujer, quien se veía bastante más joven que él.
Casi
como en un juego de
niñas
se sentó en el
escritorio y miro el calendario de una
empresa de muebles. Pensar que
es navidad y estoy en la silla de un millonario, comento.¿Habrá
la posibilidad de que algún día este lugar sea mio? Se preguntó
con sonrisa maqueavelica, pero
a los segundos volvió
a su estado y natural y dijo:
jamás.
¿Y
si le doy una mirada a sus cajones? No,
las cámaras podrían
grabar.
Que
más da, es navidad, estoy
sola y aburrida, además el
portero no tendrá tiempo para revisar las grabaciones.
¿Qué
podría tener tan importante en su cajón? ¿quizás
tiene anotadas las claves
del banco? Sería maravilloso,
pensó.
Abrió
rápidamente, pero solo habia
un montón de papeles.
Que
fome, menciono,
mejor lo cierro.
No
fue muy prolija al cerrar este, tanto así, que una de las hojas cayo
al suelo.
Al
recogerla se dio cuenta que estaba firmada por la supervisora del
área de finanzas, aquella que jamás recordaba su nombre y la
trataba de forma despectiva.
El
papel decía:
Juan
este hijo que viene al mundo será el mayor regalo que te puedo dar,
tengo claro que las nuestra relación siempre será secreta por el
bien de nuestras familias, pero quiero que tengas claro que te amo y
te amare siempre.
No
podía ser, el dueño de la empresa tenia una relación oculta con la
jefa que tan mal la trataba.
Esto
pasa hasta en las mejores mejores familias, ni se imaginaran que yo
se su gran secreto.
En
eso, sintió un ruido apabullante, ya era imposible devolver la carta
al cajón, por lo que rápidamente la
metió en su bolsillo.
Desde
fuera de la oficina, alguien gritó:
Salga con las manos en alto, somos carabinero, esta rodeada.
Mery,
un poco paralizada por el miedo e incapaz
de decir algo, alzó las manos,
se levantó de la silla y camino hacia la puerta,
El
miedo era natural, la apuntaban con un arma.
Luego
de unos segundos, atino a decir con voz quebrada: Soy Mery Saldaña,
trabajo acá hace unos meses, me quede encerrada.
El
oficial que la apuntaba la miro
un tanto desconcertado , pero reaccionó
inmediatamente y le dijo al
hombre que se encontraba a su
lado: Cabo Pérez, vaya a
buscar al dueño de la empresa para que nos diga si esta señorita
trabaja aquí o no.
Pasaron
unos minutos y Mery puedo ver como su jefe se acercaba a ella con
cara de indignación.
¿Te
das cuenta que me tuve que devolver de la playa por tu culpa? Deje a
mi familia sola en la noche de navidad por tu estupidez. Fueron sus
primeras palabras.
Mery
asintió y agacho la cabeza.
Los
carabineros prefirieron hacerse a un lado, casi presumiendo que se
venia lo peor para la chica.
Esto
no se va a quedar así, el jueves vienes a buscar tu finiquito, no
puedo tener a funcionarios tarados en mi empresa, continuo gritando
el hombre.
Mery
pensó, es momento de decirle unas cuantas verdades a este
sinvergüenza, pero se contuvo.
Asi
que, mejor aún, esbozó una leve sonrisa y dijo: Don Pablo,
agradecería que reconsiderara su decisión, le devuelvo este
documento que estaba encima de su escritorio, le recomiendo que sea
más cuidadoso, nos vemos el jueves, feliz
navidad.
Al
ver la hoja la cara del hombre se desencajo, su mirada ya no era
de odiosidad,
sino que de pavor, mientras que Mery caminaba triunfante hacia la
puerta de salida.
El
día jueves post navidad, Mery se levanto con la misma holgazanería
de siempre, tomo el mismo café y se subió
al mismo recorrido de micro.
Al
entrar a la empresa vio a un portero nuevo en la entrada, era
evidente que alguien debía
pagar el error de su encierro.
Caminó
hacia al ascensor, todos los que estaban ahí la miraban de
forma despectiva y burlesca,
pero no se
atrevían
a reír,
da lo mismo pensó, al menos ahora me conocen.
Al
llegar a su piso y entrar al departamento de finanzas vio a su
supervisora y a don Pablo hablando nerviosamente, quiso pasar
desapercibida, pero el encuentro era evidente, había
nada que hacer. De pronto su
supervisora la miro y con tono amable le dijo: Buenos días Mery.
Fin.
J. E. Manama
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