domingo, 10 de septiembre de 2017

Mery

El despertador sonó a las 6:15 AM, apágate, exclamó con rabia Mery, mientras trataba de abrir los ojos.
De pronto, recordó que era víspera de noche buena y su ánimo se fue al suelo.
Voy a pasar otra Navidad sola, susurró.
Hace ya ocho meses había llegado a la capital desde frutillar, buscando nuevas oportunidades, con un título de contadora general y con exageradas expectativas acerca de la vida en Santiago, pero solo había encontrado un trabajo de administrativa en un estudio contable en Las Condes, que le servia para cubrir sus gastos y enviar algunos billetes a sus padres.
Casi por acto reflejo entró al baño y dio el agua en la ducha. Se bañó raudamente y tomó con prisa un café amargo, guardó su celular, cerró la pieza de la pensión en que vivía con llave y partió a esperar el microbus.
A las 6:50 AM llegó al paradero, que ya estaba atestado de gente.
Debo subir como sea a esa micro, pensó, casi como una guerrera de antaño, dispuesta a morir en la lucha sin tregua, un escolar legañoso que estaba adelante se apretujo lo suficiente para que ella pudiese entrar junto a una señora que iba a hacer el aseo a una casa del barrio alto.
Serían cerca de setenta minutos de apretujones, cantantes callejeros y remolones compañeros viaje, con tendencia a babear al dormirse en los asientos.
Al llegar a su destino, la sensación era la misma de todos los días, por qué las empresas están tan lejos de las casas de sus trabajadores, si todos vivimos en la zona poniente, se preguntaba.
Al llegar al trabajo, don Joel la saludo con amabilidad, era la única persona en la oficina que parecía que le tenia algo de afecto, ya que para todos sus demás compañeros, parecía no existir, la rechazaban de forma arbitraria. Mery era como un fantasma, que rondaba por los pasillos y llegaba a un pequeño cubículo del departamento de finanzas ubicado en el tercer piso, que siempre olía a humedad, sin importar si era invierno o verano. Alli pasaba sus horas, digitando planillas.
Su supervisora, la señora Garcia, una mujer despectiva, con aires de grandeza, que solía confundir su nombre con el de María, la llamó a su oficina a eso de las diez de la mañana y le informó que las instalaciones cerraban a las seis de la tarde en punto, ya que todos querían llegar pronto a sus celebraciones y el dueño de la empresa se iba a Viña con su mujer e hijos, por lo que debía tener todo el trabajo listo a esa hora, no quiero errores María, le recalcaba.
Mery, aún sabiendo que era imposible terminar todo el trabajo que le habían asignado, sin discutir respondió con un “Ok” temeroso y regresó a sus labores.
El tiempo para almorzar fue escaso y el día transcurrió en la rutina absoluta.
A eso de las seis Mery se apresto a tomar sus cosas y salir de su oficina.
Que mal, pensó, mi jefa se fue y ni siquiera se dio el tiempo de revisar las planillas que dejé terminadas.
Como no tenia mucho apuro por llegar a casa, ya que nadie la esperaba, prefirió bajar por escalas de emergencia para llegar al primer piso, cuando iba en el quinto escalón, de pronto, las luces del edificio se apagaron y solo quedaron activadas las de emergencia, sin entender bien que pasaba Mery aceleró el tranco, pero al llegar al primer piso y ver todo vacio se dio cuenta de que la peor pesadilla de cualquier trabajador se había hecho realidad; y es que por el descuido del portero (a única persona que la trataba con cordialidad), había quedado encerrada en el edificio, posiblemente, hasta el día jueves.
Hola, si hay alguien afuera que abra la puerta, gritó con cierto descontrol, pero nadie respondió...debo llamar a mi jefa, pensó, pero luego reflexiono, si la llamo, ella tendrá que avisar al dueño para que vengan a sacarme y el veterano se va a la playa con la familia, seguro me dará el sobre azul el jueves, por idiota.
Bueno,¿ qué voy a hacer?, hablaba consigo misma.
Obligadamente me deberé quedar aquí hasta el jueves y ni siquiera traje el cargador de mi celular, refunfuño.
Debo ver si hay comida en la cocina.
Por suerte, dos de sus compañeros no habían almorzado ese día y habían olvidado sus comidas en el refrigerador de la empresa. Al menos no moriré de hambre, pensó.
Que puedo hacer ahora, dijo en voz alta.
Debería recorrer todas las oficinas de la empresa y así conocer el lugar donde trabajo, ya que nadie me hizo un tour por acá cuando llegué, se dijo con con convicción.
Empezare por la oficina de recursos humanos.
Al entrar al área le llamo la atención que el lugar era mucho más grande que el departamento de finanzas, tenia un LCD, sus sillas eran realmente confortables a primera vista y desde ahí se podía ver la cordillera,
Pareciera que el recurso humano se valorá solo en esta oficina, mencionó sarcástica.
Estuvo por cerca de tres horas recorriendo todos los recovecos del edificio, hasta que llegó a la oficina del dueño del estudio contable.
Le impresiono lo pequeña que era la oficina al entrar, lo primero que vio fue una foto enorme, enmarcada, en donde aparecían dos de los hijos del jefe y su mujer, quien se veía bastante más joven que él.
Casi como en un juego de niñas se sentó en el escritorio y miro el calendario de una empresa de muebles. Pensar que es navidad y estoy en la silla de un millonario, comento.¿Habrá la posibilidad de que algún día este lugar sea mio? Se preguntó con sonrisa maqueavelica, pero a los segundos volvió a su estado y natural y dijo: jamás.
¿Y si le doy una mirada a sus cajones? No, las cámaras podrían grabar.
Que más da, es navidad, estoy sola y aburrida, además el portero no tendrá tiempo para revisar las grabaciones.
¿Qué podría tener tan importante en su cajón? ¿quizás tiene anotadas las claves del banco? Sería maravilloso, pensó.
Abrió rápidamente, pero solo habia un montón de papeles.
Que fome, menciono, mejor lo cierro.
No fue muy prolija al cerrar este, tanto así, que una de las hojas cayo al suelo.
Al recogerla se dio cuenta que estaba firmada por la supervisora del área de finanzas, aquella que jamás recordaba su nombre y la trataba de forma despectiva.
El papel decía:
Juan este hijo que viene al mundo será el mayor regalo que te puedo dar, tengo claro que las nuestra relación siempre será secreta por el bien de nuestras familias, pero quiero que tengas claro que te amo y te amare siempre.
No podía ser, el dueño de la empresa tenia una relación oculta con la jefa que tan mal la trataba.
Esto pasa hasta en las mejores mejores familias, ni se imaginaran que yo se su gran secreto.
En eso, sintió un ruido apabullante, ya era imposible devolver la carta al cajón, por lo que rápidamente la metió en su bolsillo.
Desde fuera de la oficina, alguien gritó: Salga con las manos en alto, somos carabinero, esta rodeada.
Mery, un poco paralizada por el miedo e incapaz de decir algo, alzó las manos, se levantó de la silla y camino hacia la puerta,
El miedo era natural, la apuntaban con un arma.
Luego de unos segundos, atino a decir con voz quebrada: Soy Mery Saldaña, trabajo acá hace unos meses, me quede encerrada.
El oficial que la apuntaba la miro un tanto desconcertado , pero reaccionó inmediatamente y le dijo al hombre que se encontraba a su lado: Cabo Pérez, vaya a buscar al dueño de la empresa para que nos diga si esta señorita trabaja aquí o no.
Pasaron unos minutos y Mery puedo ver como su jefe se acercaba a ella con cara de indignación.
¿Te das cuenta que me tuve que devolver de la playa por tu culpa? Deje a mi familia sola en la noche de navidad por tu estupidez. Fueron sus primeras palabras.
Mery asintió y agacho la cabeza.
Los carabineros prefirieron hacerse a un lado, casi presumiendo que se venia lo peor para la chica.
Esto no se va a quedar así, el jueves vienes a buscar tu finiquito, no puedo tener a funcionarios tarados en mi empresa, continuo gritando el hombre.
Mery pensó, es momento de decirle unas cuantas verdades a este sinvergüenza, pero se contuvo.
Asi que, mejor aún, esbozó una leve sonrisa y dijo: Don Pablo, agradecería que reconsiderara su decisión, le devuelvo este documento que estaba encima de su escritorio, le recomiendo que sea más cuidadoso, nos vemos el jueves, feliz navidad.
Al ver la hoja la cara del hombre se desencajo, su mirada ya no era de odiosidad, sino que de pavor, mientras que Mery caminaba triunfante hacia la puerta de salida.
El día jueves post navidad, Mery se levanto con la misma holgazanería de siempre, tomo el mismo café y se subió al mismo recorrido de micro.
Al entrar a la empresa vio a un portero nuevo en la entrada, era evidente que alguien debía pagar el error de su encierro.
Caminó hacia al ascensor, todos los que estaban ahí la miraban de forma despectiva y burlesca, pero no se atrevían a reír, da lo mismo pensó, al menos ahora me conocen.
Al llegar a su piso y entrar al departamento de finanzas vio a su supervisora y a don Pablo hablando nerviosamente, quiso pasar desapercibida, pero el encuentro era evidente, había nada que hacer. De pronto su supervisora la miro y con tono amable le dijo: Buenos días Mery.

Fin.
J. E. Manama

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